Texto: Madga Tagtachian
Imágenes: Diego Winitzky
El segundo día de carrera entendí por qué la llaman Reto al Precámbrico. Después de 48 horas de trepadas, sorteando piedras y térmicas al rojo vivo es imposible regresar igual. El Cruce Osde Tandilia fue una prueba intensa, emotiva y llena de sorpresas. El primer descubrimiento fue el sábado y resultaron ser los olores. No sabía que podía darme un shock de menta, manzanilla y eucalipto sin necesidad de encender alguna velita aromática o sahumerio. Mientras corría sentía que mis pulmones nacían de nuevo y se pintaban de verde. Volaba y pisaba las hojas doradas de eucalipto, todavía con resto para sonreír y agradecer la sombra que proyectaban los árboles inmensos. La cosa se puso severa cuando avanzamos algunos kilómetros y apareció el descampado. Espinas, cardos y solazo que se nos partía en la coronilla. Así y todo, el punto crítico llegó en la infinita trepada del domingo. Muchos pegan la vuelta en este lugar, lo supe horas después. Rocas y sol. Yuyos y más matas. La sierra que no termina. Atrás habían quedado las magníficas vistas del dique, que atravesamos a la carrera y eufóricos todavía. Público y vecinos nos aplaudían y saludaban a los 1.500 desquiciados que enfilábamos para meternos en el Precámbrico en calza y zapatillas.
La cosa se tornó espesa cuando estaba por la mitad de la subida. Con más de 37 grados, tuve -por primera vez en una carrera- un principio de golpe de calor. Redoblé hidratación y repuse glucosa. Creo que hasta dentro de un buen tiempo, no quiero volver a probar las clásicas gomitas que llevamos para «pichicatearnos» los runners, ni brindar con las bebidas ricas en minerales que tomamos como elixir en la previa. Me senté tranquila en la roca para recuperar la respiración. Sentía la cara como un fuego y me latía la cabeza. Alguien alrededor deslizó la posibilidad de que abandonara. Me incorporé de un salto y quedó en claro que por nada del mundo pensaba perderme la parte de Geografía que más me gustaba del secundario. Las eras geológicas que con tanta pasión nos enseñó Margarita Giró en el Lenguas Vivas. Estaba ahora corriendo sobre esa maravillosa formación que permanece majestuosa e intacta como hace 500 millones de años. Una chica que estaba a punto de abandonar, me vio en el piso y me dejó su botella de agua. Más adelante, cuando reanudé la marcha, un socorrista contaba chistes. Y en otro bosque cercano, una vecina salió a la puerta de su cabaña para «manguerear» a cualquier runner que requiriera un chorro de agua fresca (!la mayoría!).
Lo que sucede en la travesía es una cadena de favores. Postas de aliento y sonrisas que construyen el verdadero secreto en la montaña. En el tramo final de ambos días ocurrió algo genial. Los corredores más rápidos -y que cubrían el trayecto de 42K-, nos alcanzaron en el último sector a los que hacíamos 21K. Además de la alegría de compartir parte del sendero, con cada corredor que nos pasaba se armaba una película distinta y la misma a la vez. Primero fue el turno del profe Marcelo Perotti, que venía entre los primeros y a las chapas, pero cuando nos cruzó tuvo tiempo de reconocernos a mi y a Tate Giuliani, mi compañero de equipo, para gritar nuestro nombre y motivarnos. Al rato también apareció entre las piedras Marcos Ferreyra, que avanzaba en el aire y gritó «Magdaaa». Pero antes casi me choca Santiago García que, ácido como siempre, me descubrió tratando de esquivar el barro como una «lady» y me retó: «Es sólo barrooo, Magdaaa». Y se esfumó delante a la velocidad de la luz junto a María Paula Ren, su compañera de equipo, que iba con tobillo esguinzado y bancó toda la carrera con hidalguía.
Veníamos por fin bajando por el llano y había una leve barranca, una ínfima brisa. La sensación de libertad que da correr en el medio del campo es absoluta. El aroma de los eucaliptos, menta y manzanilla volvió a inundarlo todo. Sabía que faltaba poco. Estaba dejando todo. Vinieron a mi mente los nombres de los que quiero. De quienes están lejos y desearía tener cerca. Sus gestos y señales remotas empezaron a colarse en mi cabeza. El primer día cuando me acercaba a la meta escuchaba la música a lo lejos y mi cuerpo se puso a bailar mientras corria. Corría y bailaba. Corría y aplaudía. Sonaba un cuarteto cordobés y la película era de una alegría extrema. El plato fuerte sucedió en la llegada del día después. Quizá por el calor que había triplicado su apuesta. Quizá por el cansancio acumulado. O tal vez por la euforia del trabajo concluido o por todo junto. Iba atravesando los arcos a medida que llegaba, los amigos a los costados de la pista, no podía parar de llorar. Después de 48 horas el milagro había sucedido. Algo se había modificado adentro. Mi viaje era una fiesta. Mi corazón también.
El Gran Cruce
Texto: Lic. Guillermo Morea – Barra Energética Makalu Team – www.barraenergetica.com.ar – Go Trail Run – UNLP
Imágenes: Diego Winitzky
Mariposas en el estómago, es de lo que hablan los actores cuando se les pregunta lo que sienten cada vez que salen a un escenario. De lo que sentimos cualquiera de nosotros, corredores, las horas antes de afrontar otra carrera, otro nuevo reto… a pesar del de la confianza y la seguridad que nos da el sabernos “capaces de”, todavía nos hace experimentar esa bendita sensación de nervioso revoloteo estomacal.
El Cruce de Tandilia es una convocatoria que tiene un elevado componente afectivo por muchos motivos, todos motivos humanos a pesar de que la ciudad también tiene los suyos. Y cada año la carrera organizada por Kumbre toma acento de repercusión nacional. Las casi 4 horas que separan Tandil de La Plata también tienen su magia: el mate es una ley de convivencia cada vez que la ruta se transforma en paisaje, quizás tenemos la suerte de algún aporte con elevada densidad de energía (torta cabalera) y la previa de la carrera se empieza a vivir… (las pulsaciones y la temperatura reflejan que vamos haciendo la “entrada en calor”). Ilusiones de debuts entre las sierras o en carreras de aventuras, o en la búsqueda de mayores distancias, preparación física y mentalmente para futuras o también hubo quienes viajan por el entorno, ambiente y paseo y será cosa de la química o de la física pero nos gusta reivindicar el derecho a seguir experimentando cada momento, como este (Cruce Tandilia), en el que todo el equipo construye, ya que sin estas emociones, no sería lo mismo.
Gracias Makalu por el «campamento base» en las zona de gazebos, Charly, Marce y toda la calidez del equipo de trabajo y sus servicios y un gran abrazo de barra motivador de emociones.
RAPIDITAS Y RAPIDITOS::
La carrera ofrece el 1° día más veloz con senderos y caminos con baja y moderada dificultad técnica, 452 metros en ascenso a lo largo de los 21.5 Km que los 3 primeros varones recorrieron en un ritmo promedio de 4 minutos, 07 segundos/Km y 14.4 km/h de velocidad promedio y entre las chicas el ritmo fue de 5 minutos, 02 segundos cada Km, alcanzando velocidades promedios de 11.9 km/h.
El 2° día fue mayor el desgaste por calor y la lucha del organismo para enfriar la “máquina de rendimiento” y el recorrido de 20.8 Km tiene un desnivel positivo de 522 metros e incluye senderos con moderada a elevada dificultad técnica, generado mayor gasto de energía y de esta forma acelera la fatiga. Sin olvidar sumar la variable de la otra mitad de carrera que ya habían terminado 12 horas antes. Observando un aumento en la humedad del ambiente y brevemente el detalle de factores que afectan el rendimiento en distancias como estas: economía de la carrera (correr en subida es más costoso que en llano, los descensos generan más daño muscular y la superficie blanda que ofrece el césped, tierra, piedras y todo lo que pisamos en Tandil, es menos económico que el asfalto) y el estrés térmico o calor que produce la intensidad del movimiento en estas distancias (hasta 42 km dicen los estudiosos en el tema); y los ritmos fueron más lentos: 4 minutos y 28 segundos/Km el ritmo promedio (13.5 Km/h) para los 3 varones más rápidos y 5 minutos 38 segundos/Km (10.7 Km/h) para las 3 chicas más rápidas.